La proa de un barco pesquero se tiñe con los cálidos tonos del atardecer, creando una escena de ensueño en el puerto. La luz dorada acaricia la embarcación, resaltando sus detalles y reflejándose en el mar en calma, que destella con una paleta vibrante de colores. Los tonos rojos del barco se funden con el azul profundo del agua, formando un espectáculo cromático hipnotizante. En la zona de amarre, un coche estacionado brinda una referencia clara de las proporciones, subrayando la majestuosidad del barco frente al paisaje. La composición del cuadro, con sus múltiples planos cuidadosamente dispuestos, invita al espectador a explorar la perspectiva del entorno. Desde la cercana línea del muelle hasta el horizonte que se desvanece en la distancia, la obra captura la esencia serena y contemplativa de un puerto en el momento perfecto del día.