La obra presenta una escena íntima que invita a la contemplación pausada. Dos tazones, llenos de agua y uvas rojas, se encuentran dispuestos de manera inusual en una vista cenital. Uno de ellos ocupa el centro de la composición, capturando de inmediato la atención del espectador. El otro, apenas visible en la esquina superior derecha, insinúa su presencia a través de un fragmento que sugiere su identidad. Este juego de posiciones desafía las expectativas y agrega un toque atrevido a la simplicidad del motivo. La superficie sobre la que descansan los tazones es tratada con esmero, destacando como un elemento crucial que aporta equilibrio y profundidad. Las delicadas veladuras y las sutiles gotas de pintura enriquecen la textura, añadiendo una capa de misterio y sofisticación. La obra forma parte de un díptico en el que el artista continúa explorando la interacción entre los elementos, creando composiciones que son a la vez familiares y sorprendentes.