Este cuadro es un pequeño estudio del paisaje romano, destacando el puente sobre el río Tíber y el emblemático Castillo de San Ángelo. A la derecha, la torre del castillo se alza majestuosa, mientras las líneas de perspectiva del puente guían la mirada hacia el protagonista de la obra. La composición refleja una atmósfera equilibrada, donde las sombras hábilmente aplicadas dan forma a los volúmenes arquitectónicos y a las esculturas que adornan el entorno. La paleta cálida empleada captura la luz soleada de un día típico en Roma, intensificando la vivacidad del paisaje. El óleo sobre tabla preparada ofrece una superficie texturizada que añade profundidad y realismo a la escena, evocando la rica historia y el encanto de la Ciudad Eterna.