La obra presenta a una mujer de espaldas, sentada en el suelo sobre un damero en tonos grises, negros y blancos. La figura femenina, pintada en grisalla, contrasta con la imprimación en tono tierra que subyace. La iluminación suave resalta las manos de la chica, que se apoyan detrás de su cuerpo, aportando profundidad a la escena. Una rosa roja, uno de los pocos elementos en color, yace sobre las baldosas, con su cálido reflejo amplificando la atmósfera de la obra. Junto a ella, una copa de agua desafía la técnica del óleo, mostrando la destreza del pintor al capturar la transparencia del cristal. La rosa y la copa generan un sutil juego simbólico, sugiriendo temas de juventud y fragilidad en medio de una paleta dominada por tonos monocromáticos.