En "El manto amarillo", el lienzo cobra vida a través de la delicada danza de contrastes. La modelo, en su desnudez, se envuelve en un vasto pañuelo de seda amarillo, una afirmación de su intimidad resguardada. Su pose, un juego de luces y sombras, revela una introspección profunda, sus ojos cerrados sugieren un viaje hacia su ser interior. Las flores carmesí en su cabello añaden un toque de vivacidad a la composición. Con gracia, sostiene el manto, como si fusionara su ser con la tela, mientras que el fondo azul, estratégicamente colocado, intensifica el impacto del amarillo. Así, esta obra no solo retrata una figura, sino una actitud, una exploración de la esencia humana a través de la sinfonía de colores y formas.